Crónica de un incendio anunciado

 

Detalle de El juicio final, El Bosco

La memoria de la contemporaneidad universal se encuentra encerrada en cajas con cintas de nitrato de celulosa, que se hallan custodiadas en espacios respetados y acondicionados, especialmente, para evitar su deterioro y desaparición. Es así como las filmotecas aseguran celosamente el patrimonio de la humanidad que significan las primeras y últimas películas creadas al unísono del tiempo al que pertenecieron y pertenecen. Sin embargo, para que las generaciones presentes y venideras se descubran como miembros de una cultura que fue o que sigue siendo, reflejados en las historias que los films relatan y en los personajes que describen, es necesario que las instituciones de quienes dependen estas cinematecas, sean mínimamente conscientes de las riquezas que atesoran y de la importancia de su preservación.  Es por ello extremadamente peligroso dejar en manos de apócrifos de la cultura la salvaguarda de documentos históricos, en este caso audiovisuales, pertenecientes a diferentes países y por extensión a la historia de la cultura mundial.  

El incendio de la cinemateca nacional de Brasil, que trágicamente tuvo lugar el pasado 29 de julio ha sido, parafraseando a García Márquez, la crónica de un suceso anunciado, ya que la propia Fiscalía de Sao Paulo había alertado, hacía tan solo unos días, al Gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro del riesgo de incendio que corría, después de que en 2020 interviniera la Justicia contra el abandono por parte de la administración pública y la falta de contrato para la gestión de la  mencionada filmoteca. Incluso el exdirector, Francisco Campera había manifestado que “cuando entregamos la Cinemateca al Gobierno, en agosto del año pasado, llegué a declarar a la Fiscalía que era una tragedia anunciada"[1]

No obstante, la crónica de este incendio anunciado se escribió hace ya tiempo, el mismo día en el que Bolsonaro tomó posesión de su cargo y como muestra de su mejor alegato contra el humanismo y el progreso eliminó el Ministerio de Cultura.

Con el incendio de la Filmoteca nacional de Brasil se comete un crimen contra la cultura del país como expresaría el gobernador de Sao Paulo, Joao Doria, quien además afirmaría que “el desprecio por el arte y por la memoria termina así: con la muerte gradual de la cultura nacional”. Pero,   sobre todo, se comete un delito contra el patrimonio de la humanidad porque entre las llamas ardieron cuatro toneladas de materiales sobre la historia del cine mundial.

Que la mayor parte de las películas del cine mudo desaparecieran como consecuencia de que el material del que estaban hechas fuera especialmente sensible al paso del tiempo o por utilizarse como material para las suelas de los zapatos de los soldados franceses en la Primera Guerra Mundial es algo, inevitable en el primer caso, y descorazonador en el segundo. Pero, que la incompetencia e insensibilidad de la política cortoplacista, mediocre y con animadversión a la cultura, propicie la desaparición de las huellas de nuestro pasado es del todo inadmisible.

A la imagen de las llamas devorando la selva amazónica brasileña de hace unos años, le sumaremos ahora la imagen de otras llamas consumiendo el vestigio cultural de un pasado que nos fue narrado, filmado y conservado como seña de identidad. En Brasil ha ardido el bosque y ha ardido la cultura, ignorantes de que sin ambos no es posible la vida.

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