Calibán y la bruja I

 


23 de junio, la noche más larga del año. Sólo dos días después del solsticio de verano, comienza el declive del sol, porque desde hoy los días serán mas cortos, hasta alcanzar el solsticio de invierno. 23 de junio, noche de San Juan, noche en la que las hogueras tomarán protagonismo y nos recordarán el paganismo al que rendimos culto durante cientos de años. Hogueras que también serán reminiscencias de aquellas en las que cientos de miles de mujeres fueron quemadas durante los siglos XVI y XVII, en un contexto de capitalismo incipiente para el cual esa práctica se hizo necesaria. Como analiza Silvia Federici en su trabajo Calibán y la bruja la ejecución de aquellas cientos de miles de mujeres a comienzos de la era moderna coincide con el nacimiento del capitalismo y es la destrucción del control de las mujeres sobre su función reproductiva lo que serviría para construir  los roles sexuales en la sociedad capitalista,  redefiniendo las tareas productivas y reproductivas y de las relaciones hombre-mujer con las máxima violencia contra la mujer e incluso con intervención estatal.

Bajo la luna de esta noche de brujas y con la intención de dar a conocer, el trabajo de Federici, desde aquí y desde hoy iré desgranando su meollo invitando a su lectura completa y en el peor de los casos a los fragmentos que iré destacando.

En la obra Caliban y la bruja se aborda la idea de cómo en la sociedad capitalista, el cuerpo es para las mujeres lo que la fábrica es para los trabajadores asalariados varones: el principal terreno de su explotación y resistencia, en la misma medida en que el cuerpo femenino ha sido apropiado por el Estado y los hombres, forzado a funcionar como medio para la reproducción y la acumulación de trabajo.

Calibán y la bruja corrobora también el saber feminista que se niega a identificar el cuerpo con la esfera de lo privado y en esa línea habla de una política del cuerpo. Más aún, explica cómo para las mujeres el cuerpo puede ser tanto una fuente de identidad como una prisión y por qué tiene tanta importancia para el feminismo y a la vez resulta tan problemática su valoración. Una vez más, mucha de la violencia desplegada está dirigida contra las mujeres, porque en la era del ordenador, la conquista del cuerpo femenino sigue siendo una precondición para la acumulación de trabajo y riqueza, tal y como lo demuestra la inversión institucional en el desarrollo de nuevas tecnologías reproductivas que más que nunca, reducen a las mujeres a meros vientres de alquiler. Y también la feminización de la pobreza que ha acompañado la difusión de la globalización adquiere, según Federici, un nuevo significado cuando recordamos que este fue el primer efecto del desarrollo del capitalismo sobre las vidas de las mujeres.

Contra la ortodoxia marxista que explicaba la opresión y la subordinación a los hombres como un residuo de las relaciones feudales, Dalla Costa y Selma James defendieron que la explotación de las mujeres había tenido una función central en el proceso de acumulación capitalista, en la medida en que habían sido las productoras y reproductoras de la mercancía capitalista más esencial: la fuerza de trabajo o mano de obra. Era el efecto de un sistema social de producción que no reconoce la producción y reproducción del trabajo como una actividad socio-económica y como una fuente de acumulación del capital y en cambio la mistifica como un recurso natural o un servicio personal al tiempo que saca provecho de la condición no-asalariada del trabajo involucrado.

Por otra parte, el análisis de Foucault sobre las técnicas de poder ignora el proceso de reproducción, funde las historias femenina y masculina en un todo indiferenciado y se desinteresa por el disciplinamiento de las mujeres, hasta tal punto que nunca menciona uno de los ataques más monstruoso contra el cuerpo que haya sido perpetrado en la era moderna: la caza de brujas. Brujas quemadas en hogueras que, desde esta noche recordaremos para no olvidar.

 

 

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