Samain. 31 de Octubre de 2020

 



Cada año, cada 31 de octubre desde hace ya casi tres décadas conmemoramos la mayor fiesta celta. Aquella en la que se recuerda a los que ya no están y en la que durante la noche se rompe el frágil velo que separa los mundos de vivos y muertos.

Samain nos invita cada año a reforzar los vínculos entre los que somos, los que fueron y los que serán y, como nuestros antepasados, hacemos ofrendas, peticiones y cantamos en torno al fuego.

Un banquete colmado de simbolismo nos ha reunido siempre en la noche más mágica del año en la que, tras los juegos, la música y el crepitar de la hoguera han estado presente los regalos.

Pero este año, ha sido diferente.  Samain ha sido más íntimo, más privado. Hemos sido muy poquitos y nos hemos echado de menos. La luz se tornó más tenue, el olor más suave, el frio en calor y las leyes del tiempo y el espacio quedaron, una vez más, temporalmente suspendidas. La eternidad cobró existencia y los antiguos druidas cortaron el muérdago, las sacerdotisas la mandrágora y la mitad clara del año dio paso a la mitad oscura.  Con Samain llegó el invierno.






















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