Arte invisible y olvidado

Autorretrato Sofonisba Anguissola
La historiadora del arte, Linda Nochlin, publicó un artículo en el año 1971 que provocó gran zozobra en el mundo artístico e intelectual del momento. Bajo el título ¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas? Nochlin polemizó sobre la naturaleza de la propia pregunta que, presentada en estos términos, conducía a una falsa respuesta y que, sin embargo, había conformado a muchos: las mujeres son incapaces de alcanzar la grandeza.
La solución, según Nochlin no trataría tanto de buscar mujeres artistas ocultas u olvidadas, ni de buscar una grandeza femenina diferente, sino de averiguar el motivo por el cual, igualmente, no había “grandes pianistas de jazz lituanos, ni jugadores de tenis esquimales”. La autora expresó: “las cosas, ahora y siempre han sido en el arte y en otras muchas áreas embrutecedoras, opresivas y desalentadoras para todos aquellos, como las mujeres, que no han tenido la buena suerte de nacer blancos, preferentemente de clase media y sobre todo hombres. La culpa no hay que buscarla en los astros, en nuestras hormonas, en nuestros ciclos menstruales o en el vacío de nuestros espacios internos, sino en nuestras instituciones y en nuestra educación”.
Así, la pregunta más oportuna debiera haber sido “¿de qué clases sociales era más probable que procedieran los artistas en los distintos periodos de la historia del arte? ¿qué proporción de pintores y escultores procedía de familias en las que los padres u otros parientes cercanos eran pintores o escultores o ejercían profesiones relacionadas con esos ámbitos? En los siglos XVII y XVIII la transmisión de la profesión artística de padre a hijo se consideraba una norma establecida y los hijos de los miembros de la Academia estaban exentos de pagar los honorarios habituales por las lecciones". Por lo que mientras a los hijos los invitaban a continuar las profesiones de la familia, a las hijas las educaban para ser buenas madres y amas de casa.
Siguiendo esta secuencia, la respuesta a la pregunta que daría título al artículo sería similar a la de "¿por qué no hay grandes artistas entre la aristocracia?", llevándonos a la consideración de que las responsabilidades domésticas en el primer caso, o sociales en el segundo, les impedía disponer de tiempo para crear arte.

Para que hombres de todas las épocas se hayan podido dedicar a desarrollar vocaciones o trabajos artísticos, ha sido necesario que mujeres de todas las épocas se dedicaran a las labores de intendencia o logística doméstica, entre las que se encontraba el cuidado de hijos e hijas, soportando además la creencia de estar ocupándose de labores de inferior calidad e importancia.
No obstante, a pesar de esta asignación de tareas “inferiores” por motivos de sexo, que alejaba a la mujer de la producción artística, las hubo que se enfrentaron a esos convencionalismos sociales y lograron dedicarse al arte o a la literatura. A pesar de la invisibilidad sistémica que la cultura patriarcal ha ejercido sobre la mujer, investigaciones modernas han rescatado del olvido figuras femeninas que destacaron en su tiempo por sus obras artísticas. Pero todo esto ha sucedido como discretas anécdotas. Ya que confundir lo habitual con lo natural ha sido, según John Stuart Mille, algo recurrente, que ha llevado a considerar “antinatural” que la mujer pretendiera algo distinto a lo designado para ella por la sociedad, y a los hombres a no aceptar la reducción de privilegios que propone la igualdad.
El arte cotizado o civil ha sido una prerrogativa de preeminencia y distinción masculina alejado del inventado “ámbito femenino”, por lo que reconocer el doble valor de aquellas obras y mujeres artistas es una obligación sumada a la responsabilidad de continuar descubriendo y sacando a la luz sus trabajos e historias olvidadas.



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