Maruja Mallo: autenticidad y transgresión


Cuando escuchamos o pronunciamos la palabra surrealismo, se atropellan y sobreponen en nuestra imaginación las pinturas de Dalí, las frases de Bretón y los fotogramas de Buñuel. Sin embargo entre ellos y compartiendo incluso amistad existía una mujer, Maruja Mallo, de la que, a penas, se conoce su vida y su obra.
Si ya es difícil que la mujer escape a los roles que le exige la cultura dominante, aún lo es más si el camino que escoge es el del arte, como consecuencia de la escasa consideración que a la mujer se le tiene tradicionalmente y, sobre todo en el ámbito artístico y, por la carencia de relaciones sociales, al estar obligada a confinarse al espacio privado del hogar. A lo único a lo que podía aspirar una mujer, según las convenciones burguesas era a que desarrollara sus inquietudes plásticas sólo y exclusivamente como ocio o entretenimiento. Era impensable que sus aptitudes artísticas le sirvieran como modo de vida.  El caso de Maruja Mallo es una excepción. No sólo pudo vivir de su arte, sino que además tuvo reconocimiento, logrando que sus obras se encuentren en la actualidad en colecciones privadas y museos nacionales e internacionales. Su historia se engloba en la de aquellas otras mujeres, procedentes en su mayor parte de la burguesía ilustrada que tras la conmoción producida por la Primera Guerra Mundial, comenzaron a luchar por conquistar visibilidad en los campos laborales y artísticos, dejandose sentir su impacto.
Maruja Mallo nació en 1902 en Viveiro (Lugo) y fue educada en la II República contando con el respaldo incondicional de su padre, un krausista convencido en el valor humanista de la cultura y el conocimiento y esto, junto a su temprana vocación y el apoyo de sus propios hermanos también artistas, le permitió acceder a una educación y a unas relaciones sociales prohibidas para las mujeres de su tiempo. Todo ello lo reflejaría después en su propia obra a la que dotaría de la modernidad que se iba imponiendo en la sociedad española junto a la adhesión a los movimientos artísticos del momento.
El artista comprometido comenzaba a considerarse y Maruja Mallo, junto a Picasso, Lorca, Neruda y Alberti entendió el arte como un modo de expresión en el que la innovación y la experimentación se convertían en la verdadera búsqueda de libertad y por lo tanto sus obras en vanguardistas, considerando que el arte podía y debía ser un instrumento de cambio y mejora social.
Expuso por primera vez a los 20 años de edad, pero la exposición en la que brillaría como una estrella recién descubierta con tan sólo 26 años fue en la celebrada en 1928 en los salones de la Revista de Occidente, única exposición de toda la historia de la revista y que fue, además, apadrinada por Ortega y Gasset. La crítica fue benevolente con la artista a la que  describió como una ruptura con el pasado a través de la renovación formal y estética.
Vivió el esplendor de los años 20 y como toda la vanguardia española se dejó influir por el cine considerado “el arte moderno por excelencia”. Participó en discusiones literarias y políticas incluso paseó sola o en compañía por aquel Madrid decimonónico y por sus arrabales y pueblos, desobedeciendo las normas no escritas pero bien asentadas que aprisionaban a la mujer.
En 1926, María de Maeztu, Victoria Kent, Zenobia Camprubí, Amalia Salaverría y Carmen Baroja fundarían el Lyceum Club como lugar de encuentro intelectual, ante la masculinidad que rebosaba de las tertulias de los cafés y Maruja Mallo encontró en  él un lugar donde seguir creciendo como persona y artista.
Con la Guerra Civil el Lyceum Club cerró y se convirtió en sede de la Sección Femenina de la Falange para desde allí devolver a la mujer al “verdadero” papel para el que había sido creada: madre abnegada y esposa sumisa, enterrando para siempre la labor intelectual y artística de mujeres como Concha Méndez, Rosa Chacel, María Zambrano, Ángeles Santos o Norah Borges, con la que Mallo mantendría amistad y trabajo durante años.
Tras la Guerra Civil llegó el exilio en Buenos Aires donde permaneció hasta 1964, fecha en la que regresó a Madrid, una ciudad desconocida y vestida de franquismo en la que se encontró con una terrible soledad. Años después comenzarían los reconocimientos, primero en 1976 con la publicación de la primera monografía sobre su obra y después, en 1982, con la Medalla de Oro de Bellas Artes concedida por el Ministerio de Cultura. No obstante, como todos los verdaderos y auténticos  reconocimientos a las mujeres, el suyo será tras su muerte en 1995.
Aunque su catalogación como surrealista ha sido controvertido, lo cierto es que su alma creadora la llevó a interactuar con los movimientos artísticos de su época, marcando, sin embargo, su propia identidad, como consecuencia de su personalidad arrolladora. Dibujante, ceramista, decoradora incluso maquetista, Maruja Mallo también participó en las misiones pedagógicas desde las que junto a su obra defendió, como su propio padre, los ideales republicanos, denunciado el engaño, los asesinatos colectivos y la humillación que se había implantado en España.  Como ella misma expresara en un artículo de prensa: “Las carreteras y los pueblos de Galicia, antes del 18 de julio estaban repletos de campesinos que transitaban cargados de trigo y leña y de marineros que poblaban las playas inundándolas de redes y peces, cantando sus romances populares y sus canciones improvisadas. Ese mismo pueblo no canta ya. Claman justicia por las carreteras y por las riberas grupos de mujeres y niños desamparados. Galopan hacia los montes los hombres perseguidos como perros, por la fiera agresión de los falangistas, por la brutal cacería de los nacionalistas que disparan ante la personalidad humana. (La Vanguardia, 14/08/1938).
Maruja Mallo se adelantó a su tiempo y como tantas otras mujeres valientes y brillantes purgó su atrevimiento con la invisibilidad, la misma que desde aquí queremos romper e invitar a que se profundice en su persona.

 

 
 


  

Bibliografía
Val, A. (2013). La profesionalización de las mujeres artistas españolas. El caso de Maruja Mallo (1902-1995) y Amalia Avia (1926-2011). Papers, 98 (4), 677-696.
Fernández, M. (2012). Maruja Mallo: artista, cronista, ¿surrealista? Madrygal, 15, 45-56.
Gluzman, G. (2018). Maruja Mallo. Trayectorias de una mujer moderna entre Europa y América. Boletín de Arte,  18,

 

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