LA MALDICIÓN DE LA MOMIA


 
Sobre La momia, dirigida por Karl Freund y protagonizada por Boris Karloff se han hecho muchos remake, incluso, nuestra segunda película rodada en 2009 trata el mismo asunto y le dimos por título La verdadera historia de la momia. Sin embargo, ninguna de esas historias es tan escabrosa como la del Valle de los Caídos. Cuando, bien jovencita, marché a Madrid a estudiar hubiera sido propio visitar el mencionado mausoleo, no obstante, me negué. No comprendía como podían estar enterrados juntos, las víctimas de una dictadura y su verdugo. No alcanzaba a entender como un país que ya comenzaba a considerarse moderno no hubiera hecho aún nada por acabar con esa distopía. Pero nunca es tarde si la dicha es buena, dice el refrán. El paso del PSOE por el Gobierno de España este último año ha merecido la pena. La momia del dictador saldrá definitivamente del monumento construido, literalmente, con la sangre de los que perdieron una guerra que enfrentó a pobres y ricos y en la que, obviamente, ganaron los ricos con la ayuda y beneplácito de la Iglesia. Parece que finalmente comenzamos a ver destellos de justicia histórica, de la misma justicia que aún permanece enterrada en las cunetas.
Es sintomático que sean precisamente los herederos de aquellos que se esforzaron por represaliar a sindicalistas, maestros y maestras y políticos de izquierda, sobre todo,  los que más exabruptos emiten contra la justicia social y la memoria histórica. Si fueran sus familiares los que estuvieran desperdigados por las cunetas sin haber recibido sagrada sepultura, otro gallo cantaría. Entonces querrían encontrar sus restos y llevarlos a los sacros cementerios, rezarles padrenuestros y abrigarlos con flores cada 1 de noviembre. Pero resulta que son los “rojos con sus piojos”, por cierto, frase que creíamos haber desterrado de nuestro imaginario y que ha vuelto a la palestra. Esos rojos a los que represaliaron por imaginar una España más igualitaria y tolerante. Aquella herida que dicen se quiere abrir con decisiones como la de sacar al dictador del Valle de los Caídos, nunca estuvo cerrada. El Estado Español en ningún momento ha reconocido, ni las torturas ni los asesinatos que impuso la represión franquista durante los ominosos años 40 y 50, por lo que difícilmente el asunto esté zanjado. Y las Diaz Ayuso de turno continúan mofándose o lanzando improperios sobre algo tan sagrado como querer encontrar a tu padre para darle sepultura. Incluso los herederos del dictador consideran la decisión gubernamental, avalada por el Tribunal Supremo, una profanación del sepulcro, cuando al menos ellos cuentan con un sepulcro y no una cuneta o una fosa común desconocida y anónima.
La maldición de la momia no caerá en esta ocasión sobre los profanadores de tumbas, sino sobre aquellos que durante los 40 años que llevamos de democracia ni reconocieron ni denunciaron el horror que supuso la represión, ni comprendieron ni respetaron el dolor de sus víctimas.

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