MUROS EN EL MAR




“Pues tú, pues anda que tú” ha parecido el juego de “pin pon” en el que han convertido la tragedia del Mediterráneo de este mes de agosto que, si no fuera por el drama que subyace en esta crisis humanitaria, a los políticos y políticas protagonistas podrían haberle sacado punta los hermanos Marx.
Es en estos momentos cuando la política con mayúsculas debe ejercer como verdadera protectora de derechos humanos y es precisamente en estos momentos cuando muestra las grandes grietas sobre las que se sostiene. Mientras en los despachos con climatización o bajo la brisa de los chiringuitos de playa, la política que nos ordena, no tomaba decisiones, en el barco los migrantes salvados de una muerte segura, esperaban una muerte probable.

Que permitamos que el Mediterráneo sea la tumba de cientos de personas que huyen del hambre y la violencia de sus países de origen, no nos retrata como países avanzados que abanderan la solidaridad en sus himnos. Que olvidemos que también nosotros pedimos auxilio a países vecinos cuando el hambre y la violencia nos empujó a sus fronteras, nos describe como un pueblo desagradecido, ingrato y desnaturalizado.

No se tiene que llevar Richard Gere, ni Antón Losada a los migrantes a su casa, como tampoco se tienen que llevar los monárquicos a los Reyes y darles de comer a “tuti plen”, ni los aficionados al futbol a los futbolistas y pagarles de paso sus deudas con el fisco. Es de muy mal gusto, trivializar con una tragedia que nadie querría vivir. Es muy cómodo reducir al absurdo un drama de complicadas raíces. Los estados de la Unión Europea tienen los suficientes resortes para, si no resolver el problema, al menos evitar que las personas que abandonan sus tierras en busca de esperanza no se encuentren en el mar, el mismo muro que Trump está levantando en tierra.

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