ESTRELLAS OLVIDADAS


El hada de los repollos de Alice Guy
El cine, como industria y arte, ha estado y sigue estando profundamente masculinizado, evidenciándose en la escasa presencia de mujeres en puestos de relevancia técnica o creativa. No obstante, las ha habido y de extraordinario talento que destacaron desde los mismos orígenes.
El cinematógrafo, ese “maravilloso invento, prodigio de la mecánica moderna” como lo describió el 12 de septiembre de 1896 El Noticiero Sevillano, para anunciar que, en breve, se presentaría al público de Sevilla, supuso cambios en el tejido industrial de las ciudades donde se instaló generando nuevas profesiones y nuevos hábitos de ocio. Esos oficios que emergieron junto a él fueron ocupados en su mayoría por hombres, relegando a las mujeres a los trabajos tradicionalmente feminizados. Sin embargo, también hubo mujeres que aspiraron a dirigir,  a escribir guiones e incluso a crear películas animadas.
Alice Guy, Leni Riefenstaahl y Charlotte Reiniger son tres ejemplos de mujeres que, a pesar de los obstáculos pudieron elegir su destino y hacerlo realidad.
Alice Guy (1873-1968) descubrió enseguida las posibilidades que brindaba el nuevo invento tras presenciar en casa de los Lumiere la proyección de una de sus primeras películas. Trabajaba entonces como secretaria en el estudio de fotografía Gaumont, interesado desde ese momento más por los réditos del aparato de reproducción de imágenes que por el potencial negocio que supondría la producción de películas. Alice advirtió  a León Gaumont  de la importancia de contar historias y se ofreció para narrarlas, obteniendo como respuesta que lo hiciera los domingos porque el resto de la semana tenía que seguir siendo su  secretaria. Así fue como realizó su primera película de ficción en 1896, El hada de los repollos, a la vez que el ilusionista Georges Melies, desde el estudio montado en su propia casa, iniciara su inmersión en el mundo del cine. A partir del éxito de las películas de Alice, Gaumont la apartó de las tareas administrativas y le encargó la dirección de la nueva productora. Desde entonces no dejó de rodar películas de ficción y, a pesar de que fundó incluso su propia productora de cine, es hoy una gran desconocida.

Charlotte Reiniger (1899-1981) creó su primera película animada en 1919 y el primer largometraje en 1926, once años antes de que Disney estrenara Blancanieves y los siete enanitos, a pesar de ello, éste ostentaría el título de primer cineasta de animación.
Lotte Reiniger comenzó a trabajar en el cine de la mano del actor y director Paul Wegener quien le propuso en 1918, tras descubrir su habilidad recortando siluetas, incluirlas en los rótulos de su película El flautista de Hamelin y tras su éxito, Lotte realizaría El decorado del corazón enamorado. Esta producción animada gustó al reconocido banquero Louis Hagen quien en 1923 le propondría la realización de un largometraje, Las aventuras del príncipe Achmed que se convertiría en el primero de la historia del cine. Basado en Las mil y una noches, se estrenaría en 1926 obteniendo éxito tanto de público como de crítica. Desde este momento, Lotte  no dejaría de hacer películas. Y con 80 años, en 1979, realizaría su última animación La Rosa y el Anillo.
Leni Riefenstahl (1902- 2003) se inició en el cine como actriz, protagonizando películas de Arnold Fanck, pero desde 1932 prefirió ponerse detrás de la cámara para dirigir su primera película La luz azul,  a la que le siguió La Victoria de la fe de 1933, El triunfo de la voluntad de 1935 y Olimpiada en 1938. No volvería a rodar hasta 1954, después de la II Guerra Mundial y los juicios por las acusaciones de filonazi. Después,  no dejaría de hacerlo, hasta los 97 años de edad.
El triunfo de la voluntad, que bien pudiera haber sido el emblema de su propia vida, fue su obra maestra y también la sombra que le acompañó durante toda su trayectoria profesional. Su éxito radicó en documentar con genialidad un acontecimiento político y conseguir, a la vez,  que el aparato nazi pusiera a su servicio todos los recursos técnicos y financieros necesarios. Incluso Frank Capra, contratado por el presidente Roosevelt para rodar un documental que levantase el ánimo de las tropas americanas,  expresaría tras su visionado, que no había nada que hacer, que era imposible superarlo y que por ello, la guerra estaba perdida. Afortunadamente, Capra se equivocó.
Leni Riefenstahl, desde sus primeros films propagandísticos hasta sus últimos documentales submarinos, pasando por Los Nuba de 1968, no dejó de buscar el encuadre perfecto para captar una realidad que, a través de sus ojos, como ella misma expresara en sus Memorias, buscó siempre lo insólito, lo maravilloso, los misterios de la vida.

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