EN CASA


Ídolo de ojos de Valencina de la Concepción
Viajar a Irlanda requiere habitualmente una visita obligada a Newgrange, la tumba neolítica que deja boquiabierto a quien la descubre por primera vez. Visitar Inglaterra trae consigo, la mayoría de las veces, conocer Stonehenge, el monumento megalítico, tipo crómlech, popularizado en comics y películas, que normalmente lo desubican temporalmente y lo despojan de su auténtico valor, por otra parte, bastante desconocido. Y en  Francia hay que admirar el impetuoso alineamiento de 982 menhires en Carnac, que se extienden en 10 hileras a través de 1,2 kilómetros.
Sin embargo, visitar Sevilla no lleva implícito descubrir el maravilloso tesoro megalítico que existe en el municipio de Valencina de la Concepción, entre otros motivos, porque no se puede visitar.
Entre los años 2550 y 2470 a. C data la construcción de las grandes pirámides de Egipto que cualquier niño y niña de nuestros colegios conoce, porque haya visto en películas, leído en cuentos o incluso recibido clases que forman parte de los curriculum educativos.
Sin embargo, en torno al año 4.800 antes de nuestra era, data la construcción de la tumba megalítica de Montelirio de Valencina en cuyo interior, hace tan solo dos meses, han descubierto los cuerpos de 20 sacerdotisas lujosamente ataviadas y enterradas en el centro de la Cámara Grande, en torno a una estatua o estela de arcilla que representaba a la ancestral divinidad femenina de la tierra. Una de ellas inhumada con los brazos separados del cuerpo, abiertos y levantados reproduciendo la posición de numerosas representaciones rupestres características de los orantes o danzantes.
Fue el pasado 7 de febrero cuando la prensa informó de este extraordinario descubrimiento arqueológico, que permitirá ahondar en el  conocimiento de la forma de vida y la organización de la Sevilla de la Edad del Cobre, convirtiéndolo en uno de los focos de investigación más valiosos sobre las sociedades calcolíticas ibéricas, sin embargo, el ruido mediático pronto lo ocultó.
Más allá de los importantes estudios académicos realizados en las Universidades, como el del catedrático Leonardo García Sanjuán, director del equipo de más de 60 arqueólogos que han hecho posible el descubrimiento,   o de la importante labor pedagógica del escritor, divulgador y exministro Manuel Pimentel, y de tantos otros científicos y especialistas, lo cierto es que, en torno a la cultura megalítica, hay una gran laguna de vacío, a pesar de que desarrollara una civilización compleja, con una sofisticada y mística religiosidad, con recursos, poder, e impresionantes arquitectos, que pondría las bases de las civilizaciones posteriores.
El dolmen de Montelirio, como opinan los arqueólogos, es un auténtico escaparate desde el que conocer la demografía y las condiciones de vida de la sociedad que lo construyó, así como las características de aquella sociedad capaz de crear una asombrosa artesanía hecha en piedra, marfil, oro y ámbar, como la encontrada en la tumba.
Montelirio no es una construcción aislada,  forma parte de una compleja zona arqueológica que se extiende en 400 hectáreas en la parte norte del Aljarafe sevillano que cuenta, además, con otro sepulcro de época aún más antigua a sólo 200 metros, el del Marchante de Marfil, varón joven que fue también enterrado con un ostentoso ajuar en el que destaca un colmillo de elefante africano troceado en tres partes y un puñal de sílex con empuñadura de ámbar.
Las excavaciones y estudios sobre los dólmenes de Montelirio y La Pastora, han convertido a Valencina en un punto de referencia en la investigación sobre el megalitismo de la Península Ibérica, teniendo en cuenta, además,  que los grandes dólmenes españoles están en Andalucía, como el de Los Millares en Almería o el del Pozuelo en Huelva, siendo el más grande del mundo el de Menga en Antequera, (Málaga) reconocido  Patrimonio Mundial por la UNESCO en 2016.
El extraordinario descubrimiento de las sacerdotisas del templo de Montelirio, junto a las sucesivas investigaciones académicas sobre el Neolítico, nos acercan a nuestros antepasados que, sin conocer la rueda, fueron capaces de transportar piedras de cientos de kilos por cientos de kilómetros, levantar monumentos erróneamente atribuidos a extintas razas de gigantes y alinear los sanctasanctórum de sus templos con la salida del sol en los solsticios.
Y este maravilloso hallazgo destaca la verdad que hay tras el cuento popular en el que se inspiraría Paulo Coehlo para escribir El Alquimista: ni Newgrange, ni Stonehenge, ni los menhires de Carnac, ni las pirámides de Egipto, el tesoro estaba aquí, en casa.

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