BRUJAS

Detalle "El carro de Heno" de El Bosco

La baja natalidad en España se ha convertido, en estos días, en asunto de máxima actualidad, a tenor de lo recurrente que está siendo su presencia, en los discursos de la extrema derecha española.
Además de su interés por las corridas de toros y la expulsión de los inmigrantes (precisamente aquellos que podrían ayudar a que creciera la natalidad en nuestro país), sin mencionar el resto de preocupaciones, absolutamente contrarias a la convivencia y a la salud social que llevan como bandera, a esta ultraderecha le perturba que los hombres y mujeres de hoy decidan no tener hijos o tener muy pocos.
En lugar de preocuparse por conocer las razones por las que los jóvenes y no tan jóvenes van demorando el momento de la paternidad y maternidad, directamente relacionadas con la precariedad laboral, criminalizan a las mujeres que deciden interrumpir sus embarazos, culpándolas directamente de la baja natalidad nacional.
Con ello lanzan dos mensajes muy elaborados y con un recorrido muy concreto: la natalidad es responsabilidad única de las mujeres y la mejor labor que una mujer puede hacer a la sociedad es la de ser madre.

Si realmente les preocupara la natalidad, incluirían a los hombres en la suma. Sin embargo, en su ideología de género, el masculino sólo actúa en la procreación. A partir de ese momento los hijos y las hijas son responsabilidad de las mujeres y por ello hay que lograr que se dediquen a su cuidado, abandonando el mercado laboral y recluyéndose en el hogar, espacio que les corresponde por divina providencia. Ese es el auténtico mensaje que hay detrás de sus palabras.

La escritora Silvia Federici en su obra “Calibán y la bruja” analiza cómo el feminicidio que a nivel europeo se cometió entre los siglos XVI y XVII fue la respuesta patriarcal a la necesidad de devolver a la mujer a su rol de reproductora, en un incipiente capitalismo que, además, necesitaba mano de obra barata. Después de la gran mortandad que provocó la peste en la Europa del siglo XV se impuso de forma estructural y con el apoyo de los estados europeos la caza de brujas. Eran las brujas las culpables de la mortalidad infantil, de la interrupción de los embarazos no deseados y por consiguiente de la baja natalidad.

Como entonces, ahora las mujeres volvemos a ser las culpables. Y, como esta reacción misógina no puede llevarnos a la hoguera, sería “políticamente incorrecto”, regresan nuevos discursos en contra del aborto, a favor de la familia tradicional, es decir la de la mamá en casa y nuevas agresiones a los movimientos feministas.

Silvia Federici expresa en su trabajo: (…) Hacia el siglo XIV las mujeres comenzaron a ser maestras así como también doctoras y cirujanas y comenzaron también, a competir con los hombres con formación universitaria. Doctoras y parteras predominaban en obstetricia. Después de la introducción de la cesárea en el siglo XIII las obstetras eran las únicas que la practicaban. Y a medida que las mujeres ganaron más autonomía, su presencia en la vida social comenzó a ser más constante (..) y en respuesta a la nueva independencia femenina comienza una reacción misógina violenta. (..)

(…) Las autoridades políticas intentaron cooptar a los trabajadores más jóvenes y rebeldes con una maliciosa política sexual dándoles acceso a sexo gratuito y transformó el antagonismo de clase en hostilidad contra las mujeres proletarias. En Francia las autoridades dejaron de considerar delito la violación en el caso de que las mujeres fueran pobres y las violaciones en grupo se convirtieron en práctica común (…)La legalización de la violación creó un clima intensamente misógino que degradó a todas las mujeres cualquiera que fuera su clase. También insensibilizó a la población frente a la violencia contra las mujeres (…) No puede ser coincidencia que al mismo tiempo que la población caía y se formaba una ideología que ponía énfasis en la centralidad del trabajo en la vida económica, se introdujeran sanciones severas en los códigos legales europeos destinados a castigar a las mujeres culpables de crímenes reproductivos (…)

(…) Antes del auge de la teoría mercantilista en Francia e Inglaterra el Estado adoptó un conjunto de medidas pro-natalistas que combinadas con la asistencia pública formaron el embrión de una política reproductiva capitalista. Se aprobaron leyes haciendo hincapié en el matrimonio y penalizando el celibato. Se le dio una nueva importancia a la familia como institución clave que aseguraba la transmisión de la propiedad y la reproducción de la fuerza de trabajo. Simultáneamente se observa el comienzo del registro demográfico y de la intervención del Estado en la supervisión de la sexualidad, la procreación y la vida familiar. Pero la principal iniciativa del Estado con el fin de restaurar la proporción deseada de población fue lanzar una verdadera guerra contra las mujeres, claramente orientada a quebrar el control que habían ejercido sobre sus cuerpos y su reproducción (…)
(…) En Francia, Inglaterra y Escocia en 1556 había que registrar los embarazos y se creó un sistema de espías para vigilar a las madres solteras y viudas. Como consecuencia de esto las mujeres empezaron a ser procesadas en grandes cantidades y en los siglos XVI y XVII las mujeres fueron ejecutadas por infanticidio más que por cualquier otro crimen, excepto brujería, una acusación que también estaba centrada en el asesinato de niños y otras violaciones a las normas reproductivas (…)

(…) Con la marginación de la partera, comenzó un proceso por el cual las mujeres perdieron el control que habían ejercido sobre la procreación, reducidas a un papel pasivo en el parto, mientras que los médicos hombres comenzaron a ser considerados como los verdaderos dadores de vida. Con este cambio empezó también el predominio de una nueva práctica médica que, en caso de emergencia, priorizaba la vida del feto sobre la de la madre, de forma contraria a lo que se había hecho hasta ese momento (…)

(…) En Francia y Alemania, las parteras tenían que convertirse en espías del estado si querían continuar su práctica. Se les exigía que informaran sobre todos los nuevos nacimientos, descubrieran los padres de los niños nacidos fuera del matrimonio y examinaran a las mujeres sospechosas de haber dado a luz en secreto (…)

(…) En los países y ciudades protestantes se esperaba que los vecinos espiaran a las mujeres e informaran sobre todos los detalles sexuales relevantes. En Alemania, la cruzada pro-natalista alcanzó tal punto que las mujeres eran castigadas si no hacían suficiente esfuerzo durante el parto o mostraban poco entusiasmo por sus hijos. El resultado de estas políticas que duraron dos siglos fue la esclavitud de las mujeres a la procreación. Si en la Edad Media las mujeres habían podido usar distintos métodos anticonceptivos y habían ejercido un control indiscutible sobre el proceso del parto a partir de ahora sus úteros se transformaron en territorio político controlado por los hombres y el Estado, la procreación fue directamente puesta al servicio de la acumulación capitalista (…)

El análisis que realiza Silvia Federici en su obra, sobre las causas y el silencio pretendido en torno al genocidio femenino, conocido como “caza de brujas” que supuso la tortura y asesinatos de cientos de miles de  mujeres durante más de 200 años, es fácilmente extrapolable a nuestros días. Salvando las distancias, las mujeres volvemos a ser criminalizadas, estigmatizadas y enredadas en el discurso que pretende obligarnos a volver a representar el único rol que al patriarcado le interesa. Ese es el auténtico mensaje que hay detrás de las banderas que enarbolan.


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