MEDEA MURIÓ EN CORINTO




“Aedo mentiroso, aedo mentiroso”, fueron las palabras con las que Medea  se dirigía a Kión, el poeta jorobado y maltrecho que Jasón escogió para que inmortalizara sus aventuras.
“Aedo mentiroso” son las palabras que todavía retumban en mi memoria y que no dejan de martillearme el alma aún después de haber terminado la lectura de esta hermosa obra poética.
 “Las mentiras de un poema describen el pasado que quisimos vivir y no pudimos e insinúan las esperanzas en un futuro que queremos apresar y no podemos vislumbrar” son las palabras que Antonio Jiménez, autor de esta novela, pone en boca de Kión, para invitarnos a reflexionar sobre cómo la Historia es propiedad de los vencedores y está llena de mentiras. Pero no importa. Lo cierto es que la verdad no interesa, importa lo que la gente cree. Y la gente creyó durante cientos de años que Medea fue una bruja que se comió a sus hijos en venganza por el abandono de Jasón.
Ante este bucle de creencias malintencionadas, el autor, profesor de latín y griego en un instituto público de Sevilla, se atreve a romper el arquetipo que poetas de la antigüedad construyeron en torno a la figura de Medea. Arquetipo de mujer vengativa, rencorosa, conocedora de malas artes y llena de defectos de los que una mujer “de bien” debe huir y que, sin embargo, en esta nueva Medea se legitiman, experimentan un empoderamiento como reivindicación de la lucha de una mujer, que como tantas otras, ha sido víctima y denostada por el patriarcado. “No hagáis como Medea. Una griega decente prepara su ajuar, toma su dote y acude a la casa del marido que su padre eligió para ella (…). Pero “Esa Medea obró de una manera que conduce al desastre; ella compró un marido con el tesoro de su padre y le impuso sus condiciones (…)”. Ese fue su delito. Quiso ser como un hombre y la condenaron por ello.
La novela Medea murió en Corinto editada por Chiado Books es la reinvención de un mito, un canto feminista y matriarcal, que incluso otorga a la madre la valentía de enfrentarse a los dioses y al destino que le tenían asignado a su hijo Kión, venciendo, precisamente gracias a la palabra, a la fábula.
Pero también es un homenaje a los desheredados de la tierra, a los campesinos, al pueblo, encarnado en la figura de ese jorobado que inventa a la malvada Medea y luego se arrepiente de ello. 
Es una crítica al enriquecimiento de pueblos a costa del empobrecimiento de otros, una apología en contra de la guerra y una ventana a la esperanza aludiendo a la utopía como lo hacían los autores antiguos, no ubicándola en el futuro, sino en un lugar concreto, en este caso la Grecia Euxina donde no hay dioses, reyes, ni tiranos, ni mendigos, sino hombres y mujeres libres en igualdad. “Un pueblo prisionero de sus miedos es un pueblo sin futuro, un pueblo que teme aprender cosas nuevas, es un pueblo con vocación de esclavo (…) Es un error ver como enemigo al forastero. El lugar que recibe bien a los extraños acaba por convertirse en una tierra rica”.
Con una prosa depurada, cuidada hasta lo inimaginable, nítida, sencilla y bella, construye imágenes que nos trasladan al mundo antiguo. Detalla sus costumbres, sus sueños y sus debilidades para recordarnos que, a pesar del paso de los años, no ha cambiado nada.
La ambición desmesurada de Jasón es el hilo conductor de esta novela que se narra con perfil cinematográfico. “El oro no debiera ser la razón para emprender ningún viaje”, le recrimina el viejo Ireneo a Jasón, y le increpa: “eres un hombre simple, incapaz de comprender el mundo, tu simpleza te convierte en un hombre peligroso, porque no ves en los demás a tus iguales. Una soberbia ciega y enfermiza te impulsa a ver en ellos sólo instrumentos de tu ambición o víctimas de ella si es preciso”.
Y es sobre todo un homenaje a la fábula. Historias dentro de historias que borbotean en el interior del caldero que oculta todos los secretos y es capaz a la vez de extraer la esencia de la vida.
La clave de bóveda: la última frase que condensa todo el propósito de la obra.

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