Noticias del gran mundo es la última película que Netflix acaba de producir y emitir en
la plataforma, basada en la novela homónima de Paultte Jiles, siendo precisamente
un homenaje al poder de fabulación y revolución que tiene la prensa. Es un tributo
al valor de la información porque el protagonista un Tom Hanks creíble y
sincero es un ex impresor que perdió su imprenta tras la guerra civil y
encontró en la lectura de las noticias de los periódicos su nueva forma de
vida. El veterano capitán Jefferson Kyle
Kidd logrará la atención del público a cambio de 10 centavos y, a través de sus
palabras y de su interpretación, le hará descubrir qué sucede más allá de sus
fronteras. Y arriesgando su propia vida, les contará una historia que será la
semilla de una revuelta que ponga en peligro la tiranía del cacique local.
Noticias del gran mundo es una road movie que recuerda al regreso a casa de Ulises en
busca de una Penélope que ya no existe. Es un viaje iniciático en el que el
héroe encontrará el motivo de su existencia: una niña, que no un niño como venía
siendo habitual hasta la fecha, huérfana de una tribu india, con la que establecerá
un fuerte vínculo más allá de las palabras. Johanna, interpretada por la joven Helena
Zengel, sólo habla la lengua de los kiowas quienes le arrebataron a sus padres de
origen alemán, pero eso no será un problema. La comunicación no tiene fronteras
cuando es el amor la argamasa que la sustenta, la tolerancia o la comprensión.
Tras
una manufactura de wéstern clásico, la historia desvela mensajes muy oportunos
para los tiempos que corren. La llamada a la importancia de un periodismo veraz,
en contra del autobombo y las fake news, y el reconocimiento del valor de la
memoria. “Para avanzar hay que recordar”, le dice Johanna al capitán Kidd,
cuando este le propone que olvide su drama y solo mire hacia adelante. Avanzar
en el viejo Oeste no significaba así, caminar hacia una nueva oportunidad, sino
progresar superando los traumas del pasado, en este caso, la guerra civil o las
animadversiones hacia los vecinos mejicanos, negros o indios. Pero, sobre todo
la historia muestra con crudeza una realidad poco visibilizada: la de la
vulnerabilidad añadida a las niñas en situaciones de guerra o de sometimiento de
un pueblo sobre otro, al ser cosificadas sexualmente. La venta de mujeres,
origen del patriarcado llega hasta nuestros días y en esta película se plasma,
afortunadamente con final feliz.
Escrita y dirigida por Paul Greengrass y con la extraordinaria banda sonora de James Newton Howard, Noticias del gran mundo es una hermosa película que da sentido al nombre de mi blog.
Hacer cine es un ejercicio de perspectiva, de poner el foco en el
largo plazo, de sortear dificultades y sobre todo de paciencia. Dedicarse a la
cinematografía es practicar un simbólico triatlón en el que su finalización es
incierta y en el que sólo la pasión irracional por la creación y la fábula
explica el derroche de esfuerzos. Entre los muchos ejemplos que cuenta la
Historia del cine vengo aquí a comentar el del diabólico maridaje entre ficción
y realidad que tuvo por protagonista a Orson Welles. El mismo que daría
vida en la pantalla a los clásicos Otelo, Macbeth, César Borgia, John Falstaff
y a los modernos Charles Foster Kane, Franz Kindler, Michael O’Hara,
Gregory Arkadin, Hank Quinlan a la vez que dirigía tras la cámara. Este
controvertido director y actor que navegó entre el amor y el odio por Hollywood
moriría sin ver en la gran pantalla su último trabajo, inacabado por motivos
económicos y políticos. Al
otro lado del viento, su póstuma película, se estrenaría en 2018, en la 75ª
edición del Festival Internacional de Cine de Venecia, 42 años después de su
rodaje e incipiente montaje, gracias a que en 2014 los derechos del film fueron
adquiridos por Royal Road y el proyecto de su finalización pasó a manos del
director Peter Bogdanovich y del productor Frank Marshall. Al otro lado del viento fue
la última apuesta de un director que, tras haber tocado el cielo, quería
sortearlo y llegar más lejos.
Orson Welles dedicaría 7 años
de su vida al rodaje y, sobre todo, a la búsqueda de financiación para este
largometraje que, como una maldición premonitoria reproducía el tortuoso
laberinto económico que vivía el propio Welles. Al
otro lado del viento narra el último día de un afamado director de
cine que muere antes de terminar la película cuyo rodaje es el leitmotiv del
film. Una película dentro de otra para mostrar los dos pilares sobre los que se
asienta la producción cinematográfica; la pasión y las dificultades económicas.
Llena de simbolismo y crítica a la industria cinematográfica, el mismo Welles
expresaría también que en ella trataba de romper la idea del “macho”
tradicional. Partiendo moldes de género representará una sexualidad dirigida
por la mujer que, a pesar de seguir mostrándose como objeto de deseo para la
mirada del espectador e incluso del propio director, será la que marque los
tiempos y los espacios.
Al otro lado del viento finalmente construida sobre los
apuntes y el metraje editado y seleccionado por el propio Welles, es la última
obra maestra del maestro que irrumpió en el cine desde lo más alto con Ciudadano Kane. Welles
propondría un montaje enloquecedor, símbolo de la locura que conlleva el rodaje
de un film y el blanco y negro y el color para diferenciar el metacine, además
de un abuso de los primeros planos que, con el brillante uso de la luz, rozan
el expresionismo. Para dar mayor verosimilitud a lo que se relataba,
Orson decidiría la participación de importantes directores del momento, como
Peter Bogdanovich, actuando de sí mismos y darle el papel principal a John
Huston para que se interpretara con una salvedad: en la ficción la falta de
liquidez económica centraría el desarrollo de su último rodaje a diferencia de
la vida real en la que se encontraba rodando El
hombre que pudo reinar éxito de taquilla.
Como Fellini en su film Ocho y medio, Truffaut en La noche americana, o
recientemente Almodóvar en Dolor
y Gloria, Orson Welles, también en el ocaso de su carrera, estaba
reescribiendo su propia historia y, como en una ironía del destino, moriría
antes de verla proyectada sobre la gran pantalla.
El tema de la película no es la historia de amor heterosexual, asunto preferido por los productores de Hollywood, sino el de la importancia de la familia por encima de todo, incluso de la propia felicidad de la madre. Y para contárnoslo, Stenberg además introduce la idea patriarcal de la irreconciliable relación entre la maternidad y la sexualidad. En este sentido el cine como tecnología de género, según postula la teórica feminista Teresa De Lauretis, cumple perfectamente su misión, al procurar consolidar los roles establecidos. A la mujer sólo le esperan desgracias si abandona su papel de cuidadora y ama de casa y el mundo laboral para las mujeres es fuente de pecado y corrupción. En este contexto aparece Marlene Dietrich, al principio como madre abnegada y después como desorbitante objeto de deseo, cumpliendo como diría Laura Mulvey su objetivo de placer visual o Ann Kaplan de fetiche. El momento de su aparición en el espectáculo es extraordinario. Oculta bajo el disfraz de un orangután realiza un striptease solapado para mostrarse con toda su exuberancia, provocando la expectación tanto en el público masculino como femenino. Sin embargo no se empatiza con ella. Su gestualidad exagerada, la deshumaniza y su frialdad desorbitada la aleja y hace inaccesible, convirtiéndola en lo “otro”, lo “incompresible”. Sus motivaciones y la entereza con la que afronta sus vicisitudes no logran entenderse, dando por sentado que el mundo más allá de la familia no tiene sentido. Cuando ella es libre y admirada estrella de los clubs nocturnos, no parece feliz. Lo transmite su mirada desconfiada y profunda y el director redunda en su posicionamiento al hacer que abandone el mundo del glamour y riqueza que le ofrece su amante y regrese junto a su marido.
Hasta aquí Josef von Stenberg cumple con lo que se espera de él, no obstante lo paradigmático que presenta la película es el tratamiento que Stenberg da a la masculinidad. Los hombres que aparecen en la historia a diferencia de lo que nos podíamos esperar, son malos. Los hombres son los que propician la perdición de la mujer o los que se aprovechan de ella. Su marido, descrito como un triste pusilánime es el que la arranca del paraíso en el que se encontraba junto al resto de ninfas para casarse con ella y luego es el que la conduce al mundo laboral donde se convierte en adultera. No la perdona y además quiere arrebatarle a su hijo. Los dueños de los clubs nocturnos sólo la ven como un objeto y quieren sacar provecho y el insípido policía se quiere beneficiar de su vulnerabilidad. Sólo el amante es bueno. Hubiera sido demasiado provocador mostrar tanta maldad masculina, por lo que Gary Grant incluso la llevará a casa de su marido, dispuesto a pagarle una cantidad elevada de dinero a cambio de que le deje ver a su hijo.
Cuando Joseph Conrad escribió El corazón de las tinieblas no imaginó que su historia se convertiría en fetiche de la cinematografía moderna. Apocalipsis Now de Francis Ford Coppola y ahora Ad Astra de James Gray giran en torno a la atormentada conciencia del Coronel Kurtz extrapolada a la guerra del Vietnam en el primer caso, y a Saturno en el segundo.
Con ritmo lento y diálogos escasos, su propósito logra la inmersión del espectador, de la mano del protagonista interpretado por Brad Pitt, en una aventura agobiante en la que el tiempo y el espacio se confunden.
Un Tommy Lee Jones y un Donald Sutherland, demasiado envejecidos junto a Liv Tyler, con un breve papel secundario, actúan como floreros en una historia en la que Brad Pitt ocupa siempre el plano principal para conducirnos a los atribulados espacios de su alma.
La metafísica, la ciencia y la religión se combinan en esta historia que, a pesar de contar con persecuciones de coches en la misma luna, termina por resultar aburrida. Quizás por el montaje aletargado como el universo, o la secuencia de planos lánguidos como el cosmos, lo cierto es que los 122 minutos resultan de una cadencia que raya el infinito.
Cuando se cumplen 125 años del nacimiento de John Ford y éste sigue considerándose uno de los mejores directores de la historia del cine, sólo hay que ver una de sus obras maestras para comprobar que la evidencia se hace palpable a los ojos. El hombre que mató a Liberty Valance simboliza la muerte del salvaje Oeste en pro de la civilización. Es un canto romántico a la Leyenda a riesgo, incluso, de obviar los verdaderos hechos, como se expresa al final del film en una frase emblemática que, por razones que se escapan a la razón fue terriblemente traducida: “Esto es el Oeste, señor. Cuando la leyenda se hace realidad, se imprime la leyenda”. Pero, además El hombre que mató a Liberty Valance, basado en un relato corto de Dorothy Marie Johnson, periodista y escritora especializada en las novelas del Oeste, representa mucho más de lo que a primera vista relata la historia. El trasfondo que hay tras los rudos personajes y el árido espacio trasciende la anécdota y se sitúa en el pódium de la cultura occidental repitiendo símbolos y mitos de todos los tiempos.
Protagonizada por James Stewart, John Wayne, Vera Miles, Lee Marvin y Edmond O'Brien, con guión de James Warner Bellah y Willis Goldbeck y música de Cyril Mockridge esta película narra la historia de un joven abogado que desde el este llega al viejo Oeste americano cargado de libros y buenas intenciones que verá truncadas ante la cruda realidad.
El alegato en favor de la prensa no es baladí, teniendo en cuenta que la autora del relato, Dorothy Marie Johnson trabajó como periodista en varios periódicos antes de comenzar su carrera literaria y posteriormente enseñaría escritura creativa en la Universidad de Montana, como el personaje de Ramson Stoddard (James Stewart) enseña a leer y a escribir en la escuela improvisada junto a la redacción del periódico de Shinbone. Marie Johnson fue ganadora del premio Spur, el más importante dedicado a la novela del Oeste, y además de El hombre que mató a Liberty Valance, otros relatos suyos fueron también llevados a la gran pantalla como Un hombre llamado caballo o El árbol del ahorcado. Sin embargo, la autora antepone, al final de la película, el valor de la Leyenda al de la veracidad. Junto a Tom Doniphon morirá el Oeste salvaje y con él todo un mundo lleno de claroscuros en el que lo primitivo y lo bárbaro alcanzan cualidades románticas. Pero la Leyenda sobrevivirá impresa y en imágenes.
Con una estructura circular en torno a la muerte, el film comienza con la llegada del senador al entierro de un viejo vaquero desconocido y termina justo donde comienza, despidiendo a su antiguo amigo para iniciar el viaje de vuelta a la civilización, pero, con el anhelo de volver a casa, a Shinbone, como el eterno retorno de Nietzsche o, el regreso del héroe, de Ulises a Ítaca.
Vigo Mortensen interpretando a un italoamericano del Bronx en los años 60 y Mahershala Ali en el papel de un famoso pianista valiente al enfrentarse a los prejuicios y racismo de aquella América que exportaba al exterior el “American way of life”, son los protagonistas de esta “rood movie” fiel al más estilo clásico de Hollywood.
Woody Allen cuando dirigió Midnight Paris, quiso destacar el dicho popular de “cualquier tiempo pasado fue mejor” y recreó la magia de su relato en el siglo XX y en la Belle Epoque.
Esta coproducción entre Estados Unidos, España y Francia es todo un homenaje a la ciudad francesa al más puro estilo Allen como hiciera también con “Desde Roma con amor”.
35 años después de que arrivara a las pantallas del mundo Blade Runner, en 2017 Ridley Scott volvió a retomar este relato, pero no desde la dirección, como hiciera en 1982, sino desde la producción. La dirección la dejó en manos del canadiense Denis Villeneuve y la música cambió de Vangelis a Hans Zimmer.
35 años después, ni la dirección, ni la música han tenido nada que envidiar de aquella que impresionó a un público ochentero ávido de ciencia ficción y nuevas propuestas.
Blade Runner 2049 llegó a nuestros cines en 2017 y desde entonces no ha hecho más que reforzar el vínculo que la une con la primera, para despertar en el año 2019 que está a punto de llegar y hacer presente, el futuro del pasado.
Entre la búsqueda de Dios y la búsqueda de uno mismo, ambas películas, dibujan un universo personal, un futuro desolador en el que, sin embargo, siempre hay cabida a la esperanza.
Harrison Ford, en esta segunda parte, entrega el testigo a Ryan Gosling que interpreta al nuevo modelo de Blade Runner al más puro estilo de sí mismo. Actor y personaje se funden hasta el extremo de llevarnos a no saber quién fue primero. Los principales personajes femeninos interpretados por Robin Wright y Sylvia Hoeks transmiten la imagen más dura y agria de la mujer llegando incluso a ser despiadadas, que se contrasta con la dulzura y belleza de Ana de Armas, precisamente la menos real de las tres. Y, la música de Zimmer, como siempre, se convierte en un personaje más, quizás el más importante de todos, porque es el que dota a los demás de los matices necesarios para hacer de cada interpretación individual una apuesta colectiva.
Uno suele regresar siempre a su lugar común. A aquel en el que se siente seguro por conocido, y Guillermo del Toro lo hace una vez más en su última película “La forma del agua” (2017), pero, en esta ocasión con un cariz poético que la hace especial y la convierte en una auténtica belleza.
La fotografía y el color embriagador en tonos predominantemente verdes y azules como el agua, crean una atmósfera ideal para desarrollar una historia que no por sabida, deja de ser hermosa. La bella y la bestia pero sin príncipe hechizado. Un monstruo solitario atrapado en un mundo que no le corresponde.
Einstein decía que es más fácil romper un átomo que acabar con un prejuicio y sobre este pensamiento pivota la película que hizo en 2010 de Christopher Nolan uno de los mejores autores de ciencia ficción.
Si algún calificativo podríamos concederle a Quentin Tarantino, a parte de los muchos que definen su estilo de hacer cine, es el de feminista.
“El secreto de la isla de las focas” es una historia irlandesa que entronca con la mitología de las selkies y su desgarro por vivir entre la tierra y el mar. Su doble naturaleza les hace arraigar en tierra pero su condición marina finalmente les lleva a regresar al mar, abandonando en muchos casos el fruto de esa doble condición.
“El fantasma y la señora Muir” es una tierna historia de amor imposible en la que se encuentran dos almas solitarias y gemelas que a pesar de la rebeldía de sus caracteres aceptarán con estoicismo su destino.
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