AGUA Y MITO

OUROBOROS
El hombre, desde el principio de los tiempos, ha creído que la vida surgió en el agua y así lo ha ido plasmando, generación tras generación, en sus mitos y religiones. Pero también el hombre ha imaginado el final de la vida en el agua y así lo ha ido relatando, en sus credos y leyendas.
Y entre ese génesis y ese apocalipsis el agua estará presente en cada gesto, ritual y ceremonia, alcanzando la categoría espiritual que se le confiere, en todos los rincones del mundo.
Sumergirnos en el agua nos devuelve a ese estado embrionario o fetal que nos ayudó a ser, al igual que esa primera proteína, que se desarrolló en el agua primordial. Como poco, sería romántico creer, que en los nueves meses de un embarazo se encuentren concentrados los cientos de millones de años de evolución,  que han dado, como resultado, un ser apegado al agua, incluso sometido, ya sea por su carencia o su abundancia.
Este hecho, sin duda, ha provocado que en la configuración del pensamiento, primero mágico y después racional, se encuentren huellas de esta dependencia al agua, que con el tiempo se traduciría en parte de la materia de la que están hechas las religiones.
El eterno mito del agua ha llegado a los confines del mundo. Su reiteración a lo largo del tiempo ha permitido que las diferentes culturas que han compartido la vida en la Tierra se hermanen como un mismo pueblo pero con distintos nombres. Y si son  las palabras las que denominan las cosas otorgándoles la existencia, también es la búsqueda y la vocación de trascendencia la que nos lleva a reinterpretar los mitos y a volverlos a denominar.
El agua ha acompañado y acompañará a las edades del hombre repitiendo las descripciones de la Creación y vaticinando cual será su final. Como representa el ouroboros, el agua es el comienzo y el fin, el nacimiento infinito y la destrucción eterna.

GÉNESIS
En las Cosmogonías el agua se manifiesta como uno de los elementos esenciales en cuyo seno albergan los primeros dioses o ese primer aliento que produce la vida. La Biblia, texto semítico que comparte pilares con el Cristianismo y el Islam, al igual que otros textos religiosos anteriores y posteriores, concede al agua el privilegio de compartir con el demiurgo el momento de la creación: “Al principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era soledad y caos, y las tinieblas cubrían el abismo, pero el espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas (...) Haya un firmamento entre las aguas, que separe las unas de las otras y fue así. E hizo Dios el firmamento, separando por medio de él las aguas que hay debajo de las que hay sobre él. Y llamó Dios al firmamento cielo. De nuevo hubo tarde y mañana: Dia segundo. Dijo luego Dios: reúnanse en un solo lugar las aguas inferiores y aparezca lo seco y fue así. Dios llamó a lo seco tierra y a la masa de las aguas llamó mares. Y vio Dios que esto era bueno. (Gen 1-11).
Como expresa Mohamed El Abdellaoui, el agua en la sociedad musulmana es siempre abordada como una materia divina a través de la cual Dios manifiesta su voluntad, su poder, sus milagros. Por eso se presenta en la mentalidad de los hombres como un fluido nutricio al que se agrega una significación religiosa, cultural,  civilizadora. Además de su consideración como elemento vital, purificador el agua es también un componente de la naturaleza que simboliza el poderío y sabiduría de Dios. Por consiguiente, el aspecto divino del agua se manifiesta en la práctica religiosa que rige, genera y define en ocasiones la actitud, el pensamiento, la visión e incluso las costumbres y tradiciones de los habitantes.  En un versículo el Corán dice:     “Nosotros (Dios) hemos creado toda cosa viviente a partir del agua (...) Al principio el Trono de Dios descansaba sobre las aguas”. El Corán concibe la creación del mundo como un proceso continuo más que un acto singular realizado por el creador, coincidiendo con la mitología azteca en la que ni el mundo conocido ni los hombres llevan en si el concepto de acabado. La creación no se hizo de una vez, todo lo hecho fue aniquilado y vuelto a hacer varias veces, cada universo, cada civilización fue alumbrada por un sol diferente. Y el primero de los soles fue el del agua. 
El orden de los cuatro primeros soles quedó inmortalizado en un documento conocido como el Códice Vaticano y en éste se recoge una pintura presidida por la diosa del agua, que baja del cielo con una caña sosteniendo en sus manos el estandarte de la lluvia, los rayos y el trueno.
El pueblo babilónico expresó en su poema Enuma Elish que antes de que los cielos o la tierra recibiesen ese nombre, la diosa del agua salada, Tiamat y el dios del agua dulce, Apsu, engendraron toda una familia de dioses. El Enuma Elish, concebido como parte de un solemne ritual, utilizado en las celebraciones de Año Nuevo, y datado aproximadamente en el 1500 antes de Cristo, asocia el comienzo de la vida con el agua ya que en ella residía el secreto de la existencia. De Tiamat y Apsu, nacerían Anshar y Kinshar, los dos horizontes, entendidos como el límite del cielo y el límite de la Tierra. En aquellos tiempos, el cielo y la Tierra estaban unidos; según la versión más antigua del mito, el dios de los vientos separó el cielo de la Tierra; en la versión más elaborada, esa hazaña correspondió a Marduk, dios principal de los babilonios. Marduk se enfrentó a Tiamat matándola y cortando su cuerpo en dos, construyó el cielo y la tierra, con sus órganos crearía las nubes, el viento la lluvia y los ríos Éufrates y Tigris. Así, para los babilonios, el mundo era una especie de bolsa llena de aire, cuyo piso era la Tierra y el techo la bóveda celeste. Arriba y abajo se encontraban las aguas primordiales, que a veces se filtraban, produciendo la lluvia y los ríos.
La mitología griega otorga a la diosa Afrodita, su nacimiento de la espuma (afhro) del mar  sobre el que cayeron los genitales de Urano en la lucha contra su padre Cronos por aniquilar la Tiranía que éste ejercía sobre su madre Era. “Las nereidas y tritones y demás habitantes del mar acudieron presurosos a contemplarla, rodeando su concha nacarada que era carro y cuna a la vez. Entonces, el halago del aire puro, susurro del cielo azul, le arrancó un blando suspiro que repitió estremecido el universo. Las olas empezaron a mecerla dulcemente en caricias sin fin, el aire se hizo más leve y toda la naturaleza pareció regocijarse con la presencia de Afrodita”.

Ilustracion: Annette Solyst
Según creencias del antiguo Egipto, en el origen de la Creación dominaba el Caos y éste se concebía como un océano primordial, un agua desordenada e inerte pero que contenía todos los principios para la vida. Este agua era el “Nun”, donde vagaba el dios de la creación, Atum ("El que se creó a sí mismo"): “De las aguas surge una colina primigenia. Atum escupe la primera pareja de dioses, Shu, el dios del aire y de la luz y Tefnut, la diosa de la humedad, de los que nacen Geb, el dios de la tierra y Nut, diosa del cielo, de los que nacerán Osiris, Isis, Seth, Neftis y Horus el Viejo”,   como se relata en la leyenda de la Maldición y  el Nacimiento. La humanidad surgirá del llanto de Atum.
Cuando el Faraón Amenofis IV pasa a llamarse Akenaton e impone el monoteísmo al pueblo egipcio su nueva cosmogonía confiere a su único dios Aton, el creador, el dios sol, el nacimiento al emerger de las aguas primordiales, asentándose en una colina desde la cual crea el mundo.
El mito azteca de la creación relata que “Quetzalcoatl, el dios de la luz y Tezcatlipoca, el dios de la oscuridad, miraron hacia abajo y sólo vieron agua. Una diosa monstruosa flotaba sobre el mar... Así que los dos grandes dioses se transformaron en dos enormes serpientes. Uno de ellos agarró a la diosa del mar por los brazos, mientras el otro la cogió por los pies. Antes de que la diosa del mar se pudiera resistir, ambos estiraron hasta que la partieron por la mitad. Su cabeza y su tronco se convirtió en la Tierra y la parte inferior de su cuerpo se elevó y formó el cielo”.
En la cultura maya “Al principio todo era silencio, no había nada que estuviera en pie en toda la faz de la tierra, sólo existía el mar en reposo y un cielo apacible. Todo era oscuro, sólo los dioses Tepeu y Gucumatz estaban en el agua rodeados de claridad. Y un día, el dios Huracán y Gucumatz ordenaron que de entre las aguas surgiera la tierra”. Para los incas la parte inferior del universo era un mar cósmico cuyas aguas salieron a la superficie de la tierra en forma de manantiales, lagos y ríos. Creían que todo se originó en el lago Titicaca, entre Perú y Bolivia, el mayor lago de los Andes. Allí se crearon el sol la luna y las estrellas. Como describe Jeannette E. Sherbondy: “las aguas siguieron un movimiento centrífugo, empujando del centro de la tierra hacia fuera en la forma de ríos subterráneos que afloraban como manantiales y luego las aguas fluían hacia el mar otra vez en forma de riachuelos. Los lagos, ríos y el océano que se formaron así se unificaron bajo el concepto de “Mama Qocha”, la madre de estas aguas”.
Buda describió el universo como destruido y reconstruido en su forma presente en un periodo de incontables millones de años. Las primeras vidas se formaron en la superficie del agua y a través de los años se desarrollaron de organismo simples a organismos complejos. Todos estos procesos no tienen principio ni fin y está siempre en movimiento por causas naturales.
En los Vedas, textos sagrados escritos en sánscrito, de los antiguos hindúes se encuentran varias versiones de la creación del mundo, siendo una de ellas la que describe como el dios Visnu flotaba sobre las aguas primordiales, montado sobre la serpiente sin fin Ananta; de su ombligo brotaría una flor de loto, del que nacería  Brahma para forjar el mundo: “el mundo era oscuro, confuso, como abismado en un profundo sueño. Brahma emanó de las aguas primordiales y los demás elementos, entre ellos, el huevo de oro del que surgió Brahma, padre de los dioses y de los hombres [...] ninguna cosa existía; no había cielo resplandeciente ni existía allá arriba la gran tienda del firmamento. ¿Qué es lo que lo cubría, qué es lo que envolvía, qué es lo que ocultaba todo? Era el abismo insondable de las aguas".
Y el mito germánico de la Creación sitúa en el centro del espacio del comienzo a Ginunnga, el terrible abismo sin fondo y sin luz a cuyo norte se encontraba la tierra de Nifl-heim (el hogar, la patria, la tierra), un mundo de agua y oscuridad que se abría alrededor de la eterna fuente de Hvergelmir, fuente en la que nacían los doce ríos del Elivagar, las doce corrientes que llegaban hasta el borde del mundo, antes de encontrarse con el muro de frío que helaba sus aguas, haciéndolas caer también en el abismo central.
De Norte a Sur y de Este a Oeste, en religiones antiguas y modernas, es el agua quien inspira ese aliento primigenio, quien cobija a los dioses o impulsa el momento de la creación. Es en el agua donde da comienzo la vida.  


RITUAL

Los rituales  de iniciación, imprescindibles en la mayoría de las religiones, concentran su liturgia en acciones, gestos y reflexiones que en muchas ocasiones giran en torno al agua. Es así el caso de la conexión espiritual con los elementos en el sacerdocio sintoísta. Desde el siglo XI se preserva la ceremonia de purificación para los iniciados al Sintoísmo en el Japón actual a través del agua. El culto a los kamis o deidades de la naturaleza siempre se inicia con un acto de purificación con agua que será el que permita restablecer el orden y el equilibrio entre la naturaleza, los hombres y los dioses.
René Guenon consideraba que “la presencia de los ritos es una característica común a todas las instituciones tradicionales, del orden que sean, exotéricas tanto como esotéricas y que ese carácter es consecuencia del elemento no humano implicado esencialmente en tales instituciones, de modo que los ritos  suelen tener como objetivo poner al ser humano en relación directa o indirectamente con algo que sobrepasa su individualidad perteneciente a otro estado de existencia. Sin que sea necesario que esta comunicación sea consciente para ser real, pues puede operar a través de ciertas modalidades sutiles del individuo, su eficacia, aparente o no, inmediata o diferida será siempre cumplida si el rito ha sido realizado cumpliendo las reglas tradicionales que aseguran su validez y fuera de las cuales no seríamás que una forma vacía o un simulacro vano”. Según James Frazer “la repetición ritual del acto fundante hecha en el mismo lugar y de la misma manera en que fue realizado originariamente por el ancestro mítico, asegura siempre, a futuro, la realización del efecto buscado”.
Así, los musulmanes cuando recitan el Corán en el momento de la oración renuevan el acontecimiento de la revelación y todos los días deben enjuagarse la cabeza, lavarse las manos, los antebrazos y los pies antes de las cinco oraciones diarias. Las mezquitas siempre tienen puntos de agua, a menudo fuentes, para las abluciones. Este ritual islámico es otra de las manifestaciones en la que el agua adquiere el valor de purificadora y un rito exigido para exponerse a la presencia de Alá.  La Tahâra o Pureza, es la belleza, la singularidad y la bondad con la que el musulmán se presenta ante Alá y con la que espera ser acogido, sumergiéndose en lo infinito de su eternidad.
Según Mohamed El Abdellaoui “en la religión musulmana el agua ocupa un lugar esencial, dado que no puede realizarse ninguna práctica sin que el individuo esté inmaculado. La purificación del cuerpo, la ablución, la aspersión del agua en las tumbas y en las calles ilustran en la mentalidad de la gente la clemencia y la magnificencia de Dios”
Ibn Arabi  describe como en la cosmovisión sufí el agua simboliza la Vida que fluye en todos los seres y lavarse en el agua significa sumergirse en el agua de la existencia, llegando así a conocer la realidad de la misma.
Para los judíos, la limpieza ritual del agua permite restaurar o conservar un estado de pureza. El baño ritual, o Mikvah, era muy importante para las comunidades judías y aunque hoy se practica menos es obligatorio para los convertidos. Los hombres van al Mikvah los viernes y antes de las grandes fiestas; las mujeres, antes de su matrimonio y después de los partos. Mikvah es una palabra hebrea que significa "piscina" o "cuerpo de agua". Es un ceremonial de purificación por inmersión en el agua. Sumergirse en mikvah significa revivir o renacer espiritualmente, porque el mikvah tiene poder para cambiar a una persona completamente.
Respecto del matrimonio con Israel en el Monte Sinaí La Biblia dice:"Te lavé con agua, te limpie de su sangre y te ungí con óleo“(Ezequiel:16:9-10) y “Descendió Moisés de la montaña, santificó a su pueblo y ellos lavaron sus vestidos” (Éxodo:19:14-15).
Y en las Iglesias Católicas existen pilas con agua bendita con la que los creyentes se purifican para entrar en el Templo y ponerse ante Dios, haciéndose con ella la señal de la cruz sobre la frente.
El hinduismo necesita los ritos como camino para lograr la liberación del ciclo de la vida y la muerte por el que pasan las almas en su larga condena de reencarnaciones hasta alcanzar el Moksha o como llaman los budistas el Nirvana. Un rito muy importante en la religiosidad hindú es el baño sagrado. El agua es sagrada por su poder purificador. En la orilla occidental del Ganges, se asienta Benarés, la ciudad religiosa, centro del hinduismo, a la que se acude en peregrinación para visitar sus innumerables templos y tomar el baño purificador, sobre todo cuando se cree que está próxima la muerte. Por las calles de Benarés, ancianos, enfermos y miles de peregrinos de todas las edades y condición deambulan en busca de la purificación final.
En la Eucaristía cristiana el sacerdote mezcla agua con vino en el Cáliz del que luego dará a beber su contenido transfigurado en sangre de Cristo. Este rito de origen griego también se ha practicado en círculos gnósticos en los que se sustituye por completo el agua por el vino y, según Teodoreto en su Haereticarum Fabularum comp.1 20, la Eucaristía celebrada con sola agua aparece en los Hechos apócrifos de los apóstoles del siglo II y perdura en ciertos círculos monásticos del siglo V.


La presencia del agua en los rituales es común tanto en las religiones de carácter esotérico como exotérico, según la clasificación del filósofo francés René Guenon.
Para este autor, en las primeras prima la intuición intelectual y en las segundas la creencia, de modo que “el saber metafísico es esotérico porque llega al fondo de la realidad a la que se refiere y la creencia religiosa es exotérica porque se afinca en la superficie ofreciendo explicaciones acordes. En el primer caso el hombre aspira a la liberación y en el segundo sólo a salvarse. Entre las primeras se encuentran las religiones de Oriente, Hinduismo y Taoísmo y entre las segundas las de Occidente, Cristianismo”.
En éste el Bautismo o iniciación religiosa, hace de la inmersión en el agua además del  gesto de purificación, el momento en el que el individuo entra a formar parte de la Comunidad librándose, así mismo, de los pecados con los que llegó al mundo. Y por ello Jesucristo también se hace bautizar por Juan en el río Jordán para limpiarse los pecados del mundo.
El agua es tan importante en la simbología cristiana que según el Evangelio de San Juan cuando Longinos atravesó con su lanza el costado de Jesucristo crucificado salió sangre y agua. Sangre como expiación y agua de purificación.
En los ritos funerarios también está presente el agua de una forma especial, cerrando el círculo de ritualidad. Es el caso de los funerales budistas en los que se vierte agua hasta desbordar un recipiente situado ante los monjes y el cuerpo del fallecido, o los funerales católicos en los que se dispensa agua sobre los difuntos después de recordar el sacramento del Bautismo y la promesa de la vida eterna.
En el Hinduismo los ritos fúnebres siempre tienen lugar cerca de los ríos y los hijos de los difuntos vierten agua en la hoguera funeraria cerrando así el Ciclo de la Vida. 

LUGARES SAGRADOS

Junto al agua el hombre ha levantado santuarios, ha organizado rituales y ha venerado a dioses de diferentes tipos. Los ríos, los manantiales, las fuentes han sido lugares sagrados desde tiempos inmemoriales y quizás la costumbre de echar monedas al agua no sea más que una reminiscencia de aquellas ofrendas y sacrificios que se hacían junto al agua. Una de las formas de honrar a las divinidades de las aguas consistía en ofrecer monedas a los manantiales, ritual que coincide también con prácticas prehistóricas de ofrendas de sílex o metales.
Los vestigios del culto a las aguas termales han sido tangibles en forma de restos cerámicos de época romana u objetos metálicos como alfileres de plata, o palmetas de oro como la encontrada en la localidad catalana de Caldes de Malavella.
Como describe Mircea Eliade: “el espacio sagrado es el ámbito de la repetición ritual del acto poderoso por el cual un poder sagrado se hizo presente in illo tempore, de acuerdo a lo narrado por el mito, asegurando de esa manera la realidad fundada”.
Los pueblos celtas adoraban las aguas de los manantiales y consideraban sagradas todas las fuentes, así, en torno a ellas, tejieron parte de su mitología. Bormo, Borvo o Bormanus era el dios de las aguas termales y Sirona, diosa menor, de manantiales y fuentes. Incluso a los héroes celtas se les consideraban hijos del río Rin, purificados por el poder catártico de sus aguas.
La mitología germánica otorga al pozo de Minir el poder de proporcionar la sabiduría al principal de sus dioses, a Odín, quien tuvo que peregrinar hasta este pozo para rogarle que le concediera el conocimiento y la ciencia que sus aguas poseían. A cambio, el dios Minir le pidió que le entregara un ojo que después arrojaría al fondo del pozo.
La Pirámide del Sol de la cultura teotihuacana se erige sobre un cerro sagrado que contiene agua en su interior y el sintoísmo considera sagradas las cascadas. 


El simbolismo del agua como espacio sagrado se vincula con la purificación que se logra al conectar lo mundano con su origen primero incontaminado. El agua primordial es, a la vez, símbolo del caos o la nada, del cual Brahma hizo surgir el Ser y el agua incontaminada que fecundó la vida y con cuyo contacto se produce la regeneración de quien se lava ritualmente en ella. Esa connotación es dada por el concepto de tirtha, inseparable del agua, que interioriza todo lo que lleva consigo la noción de purificación, tan propia en el hinduismo y que permite comprender la importancia de la inmersión en las aguas sagradas del río Ganges. De este modo, lo que purifica es el contacto con lo divino.
Siete son los ríos sagrados de la India y de todos ellos el más importante es el Ganges. Según la tradición este río fluye más allá de sus límites terrenales hasta Moksa, el reino del Nirvana, regando las llanuras más vastas y pobladas de la India. Sus aguas son consideradas sagradas y bañarse en él es un acto de purificación.
Incluso en la descripción bíblica de la Jerusalén celestial aparece un río procedente del trono de Dios :“El ángel me mostró un río de agua de la vida, límpida como un cristal que manaba del trono de Dios y del Cordero. En medio de la plaza de la ciudad y a un lado y otro del río hay árboles de la vida [...] (Ap 22,17)
El agua además de lugar sagrado puede ser lugar de transformación, o de traslación hacia el mundo de los muertos. Es el caso del mito griego de la Laguna Estigia cuyas aguas los difuntos deben cruzar en la barca conducida por Caronte. Esta Laguna les llevará directamente a ese Infierno a cuyas puertas se encuentra Cancerbero.
En el condado de Donegal, en Irlanda, existe un lago, Lough Derg, sobre el que se levanta una isla en la que se pueden contemplar varios  santuarios cristianos, entre ellos una cueva conocida como “Purgatorio de San Patricio” que simbolizaría la entrada a los Infiernos. Cuenta la tradición que fue este el lugar en el que el apóstol de Irlanda hizo aparecer a los paganos, el infierno y la montaña del Purgatorio. Desde ese momento la isla se convirtió en lugar de peregrinación cristiana.   
A pesar del intento del cristianismo por despojar su credo de las reminiscencias paganas con la que se fue extendiendo por Europa, aún conserva raíces de origen precristiano como la veneración del agua, o creencia en la existencia de aguas milagrosas.  Y por ello, de entre todos los lugares sagrados, quizás, hayan sido las fuentes las que mayor veneración han recibido. Junto a ellas, los cristianos han reconocido apariciones marianas y las fuentes sagradas, numerosas en la cristiandad medieval, llamaban la atención sobre el aspecto sagrado del agua, mostrándola como símbolo de gracia y reflejo de un principio eterno.
La aparición de la Virgen María en la  villa francesa de Lourdes, a orillas del río Gave, es una de las manifestaciones cristianas en las que el lugar sagrado está vinculado al agua. Según cuenta la tradición, la Virgen le dijo a Bernardette que fuera a beber y a lavarse los pies a la fuente, señalando al fondo de la gruta y como Bernardette no encontró la fuente la Virgen le indicó que escarbara en la tierra hasta hacer un hueco de la que apareció agua, convirtiéndose en la fuente, hoy considerada de agua milagrosa.
El profeta Ezequiel en el Antiguo Testamento hace referencia a la fuente de gracia del nuevo templo: “Allí, bajo el umbral del templo, brotaba agua en dirección este … y he aquí que las aguas fluían por el lado derecho”. [...] Y en el Apocalipsis de San Juan (21,6) Dios se expresa diciendo: “yo soy el alfa y la omega , el principio y el fin. Al que tenga sed yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida”.
Además de las fuentes, los pozos sagrados aparecen también en muchos textos religiosos, como en el  Evangelio de San Juan que describe cómo en el Pozo de Jacob Jesucristo pidió de beber a la mujer samaritana, para luego decirle que quien beba de su agua no volverá a tener sed.
En la isla de Cerdeña el culto a las aguas llevó al pueblo sardo a levantar en la Edad del Bronce estructuras arquitectónicas que se conocen como "Pozos Sagrados". Estos monumentos, como el de Santa Cristina en Paulilatinos o el de Santa Vittoria di Serri, están constituidos por una o más murallas de piedra de forma ovalada, que rodean un gran foro comunicado a su vez, con una profunda cavidad subterránea, en cuyo fondo hay un estrato de agua más o menos profundo. En el exterior, peldaños excavados en la roca y orientados exactamente hacia el Sur conducen hasta el nivel del agua, probablemente para que los sacerdotes llevaran hasta allí sus ofrendas a los dioses.

CASTIGO Y REDENCIÓN

“Todas las tempestades y los vientos se desencadenaron; el diluvio invadió los centros de culto. Después que el diluvio hubo barrido la tierra durante siete días y siete noches y la enorme barca hubo sido bamboleada sobre las vastas aguas por las tempestades, Utu salió iluminando el cielo y la tierra. Ziusudra abrió entonces una ventana de su enorme barca y Utu hizo penetrar sus rayos dentro de la gigantesca barca. El rey Ziusudra se prosternó ante Utu; el rey le inmoló gran número de bueyes y carneros”.
Esta descripción del Diluvio corresponde a la narración sumeria de Ziusudra, perteneciente a la primera mitad del segundo milenio a. C. conservada en una tablilla de arcilla de Nippur (Mesopotamia septentrional).  Y este relato volvería posteriormente a narrarse en la Epopeya de Gilgamesh extraída de una de las tablillas de la biblioteca del rey de Babilonia Assurbanipal del siglo VII a. C. El texto describe como El señor de las aguas y guardían del hombre, previno a Uta-Napishtim del diluvio  ordenándole que destruyera su casa para construir una barcaza de 60 metros y 7 niveles. El inmortal Uta-Napishtim le cuenta a Gilgamesh: “el dios Asmas me había fijado el momento, por la mañana lloverá salvado y por la tarde trigo; en ese momento entra a la nave y cierra su puerta... Durante seis días y seis noches sopló el viento, el diluvio y la tempestad. Al séptimo día todo se calmó... Hice salir una paloma y la solté. La paloma se fue y no hallando lugar en que posarse, volvió. Hice salir un cuervo y lo solté. El cuervo se fue y vio el desecamiento de las aguas. Comió, revoloteó, graznó y no volvió. Entonces solté a todos los animales, dejándolos en libertad”
El agua asociada al castigo aparece en la mayoría de los relatos que sobre el Diluvio se conservan en mitologías y textos religiosos y que como la Biblia han llegado hasta nuestros días, respondiendo a la tesis del mitólogo Mircea Eliade, que considera la inmersión en agua una disolución de las formas, una reintegración hacia la no forma de la pre existencia, y el emerger del agua es una repetición del acto de la creación.
Así el bautismo cristiano es a la vez muerte y renacimiento: “¿O ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, sepultados juntamente con él por el bautismo en la muerte, para que como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros caminamos en nueva vida”. (Rom 6,3).
Aguirre Baztán afirma que en las religiones, las aguas desintegran, destruyen las formas, lavan los pecados y generan una situación de paso de caos a cosmos: el destino de las aguas es preceder a la creación (re-creación).
Los israelitas pasaron por las aguas del Mar Rojo sin sentir su violencia invasora, todo lo contrario que los egipcios que perecieron víctimas de su fuerza destructora.
El pueblo azteca creyó que “el cuarto mundo fue iluminado por el sol del agua. El gran dios Quetzalcoatl creó una raza de seres humanos muy codiciosa por lo que fue castigada con una inundación...El ser supremo salvó una pareja humana del Diluvio. Les habló y les dijo: encontrad un gran árbol, haced un agujero en su tronco lo suficientemente grande y refugiaos en él hasta que las aguas se retiren...”
La mitología griega recoge un relato sobre el Diluvio en tiempos de Deucalión, hijo de Prometeo y rey de Tesalia en el que se cuenta que viendo Júpiter acrecentarse la maldad de los hombres, resolvió anegar el linaje humano a excepción de Deucalión, su esposa Pirra y sus hijos,  únicas personas que por ser justas y virtuosas se salvaron de tal castigo al recluirse en un arca de madera que flotó durante nueve días y nueve noches. Cuando acabó el diluvio y desembarcaron en tierra junto a las parejas de animales de cada especie que habían llevado consigo ofrecieron un sacrificio a Zeus.
En China, Perú, Norteamérica, Escandinavia, India, Egipto existen otros tantos relatos del Diluvio que ponen de manifiesto como el agua puede ser igualmente principio de vida y de destrucción, castigo y redención. 
   
OUROBOROS

La universalidad de la simbología del agua, como la de tantos otros elementos espirituales, artísticos o de cualquier índole que pongan en contacto a los hombres y a las mujeres con su vocación trascendental, es una muestra tangible de que sólo hay una Humanidad con diferentes  formas de expresión.
Los sentimientos, las necesidades y los sueños son los mismos en cualquier parte del mundo. Es la manifestación de estas motivaciones y el modo de enfrentarse al medio, lo que marca las diferencias. Ocultando, incluso a veces a propósito, las similitudes y semejanzas entre los pueblos para así justificar y potenciar su distanciamiento.
El agua, fuente de vida, aliento inspirador de religiones y elemento integrador en la igualdad de los hombres, es así mismo, como el ouroboros, principio y fin, creación, destrucción y regeneración. Sólo depende del buen entendimiento para que su universalidad sirva de unión y no de alejamiento entre los  hombres y mujeres del mundo.
“No hay nada más flexible que el agua. Pero para vencer lo duro y lo rígido nada la supera. La rigidez conduce a la muerte. La flexibilidad a la vida” Lao –Tse.


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